En la noche
de ayer, el fútbol regional volvió a ser noticia, más allá de los logros
deportivos. En el partido de vuelta del Torneo Regional Federal Amateur entre
Alumni y Acción Juvenil, a pocos minutos de finalizar el encuentro con un
marcador de 2 a 0 a favor de Juvenil, se desató un episodio de violencia que
empañó lo que debería haber sido una fiesta deportiva. La hinchada visitante, fue agredida con piedras lanzadas desde la tribuna
local, en un acto que solo puede describirse como cobarde y criminal.
No se trata
de un hecho aislado. Alumni ya había protagonizado incidentes graves tras su
enfrentamiento como visitante contra San Lorenzo de Las Perdices, cuando la
policía local, con apoyo de varias comisarías de la región, tuvo que intervenir
para contener los desmanes. En aquella ocasión, varios automóviles sufrieron
daños considerables, dejando una estela de indignación y temor en la comunidad.
Estas conductas delictivas no son solo un problema deportivo, son una amenaza a
la convivencia misma.
Estos hechos
evidencian la absoluta ineficacia de los protocolos de seguridad implementados
hasta el momento. A pesar de las prohibiciones sobre elementos que pueden
ingresar a los estadios, las agresiones y disturbios persisten con una
impunidad que resulta insoportable. ¿De qué sirven las restricciones si los
conflictos continúan escalando y los responsables rara vez enfrentan
consecuencias reales? Este es un llamado urgente a las autoridades para que
dejen de mirar hacia otro lado y actúen con la contundencia que exige esta
situación.
Es hora de
decirlo sin tapujos: la violencia en el fútbol es una vergüenza que deshonra al
deporte y a quienes lo practican y lo siguen con pasión. No se puede seguir
justificando la barbarie bajo el pretexto de la rivalidad deportiva. Las
piedras lanzadas desde una tribuna no son solo objetos: son expresiones de odio
y desprecio por la vida del otro. ¿Cómo hemos llegado al punto en que una
actividad que debería unirnos se ha convertido en un campo de batalla?
El fútbol,
como espejo de nuestra sociedad, necesita un cambio profundo e inaplazable. Los
clubes deben asumir su responsabilidad en el comportamiento de sus hinchas, las
autoridades deportivas deben dejar de ser cómplices pasivos, y los organismos
de seguridad deben garantizar que las leyes se cumplan con todo su rigor. No
basta con educar y concientizar: hay que sancionar de manera ejemplar a quienes
convierten el deporte en un escenario de violencia.
Basta de
discursos vacíos y medidas tibias. No podemos permitir que el temor y la
agresión sigan siendo los protagonistas en las canchas. El deporte debe ser un
espacio de unión, alegría y respeto, no de confrontación. Basta de violencia.
Es hora de actuar con valentía y devolverle al fútbol su esencia: un juego que
une, no que divide.