Aunque su comportamiento puede parecernos extraño, Catón
simplemente decidió no aferrarse a lo sucedido. No se quedó atascado en la
humillación, la frustración o la ira, sino que pasó página rápidamente. Eligió
actuar en vez de limitarse a reaccionar. Eligió retomar el control de la
situación y responder de manera más madura. Eligió ser fiel a los principios
del estoicismo, que nos enseñan cómo responder a un insulto inteligentemente.
Los insultos desatan una intensa respuesta emocional
Todos, en mayor o menor medida, hemos probado el amargo
sabor de los insultos. No es agradable. No cabe duda. Pero responder con ira,
frustración o incluso agresividad es tan inútil como tomar veneno esperando que
dañe a otra persona. Cuando las palabras necias revolotean a nuestro alrededor,
necesitamos aprender a dar respuestas inteligentes a los insultos, por nuestro
propio bienestar psicológico.
El principal escollo, sin embargo, es nuestro cerebro
emocional. Cuando escuchamos un insulto solemos reaccionar automáticamente
poniéndonos a la defensiva. Nos enfadamos y estresamos, de manera que no solo
debemos lidiar con el insulto sino también con las emociones desagradables que
ha generado.
Para detener ese mecanismo debemos comprender que el
cerebro emocional no funciona racionalmente. Llena los espacios en blanco y se
precipita a sacar conclusiones sin tener en cuenta si la crítica es válida.
Para responder a un insulto inteligentemente necesitamos
evitar que se produzca un secuestro emocional. En vez de dejar que las emociones
tomen el mando, tenemos que activar nuestro pensamiento lógico centrándonos en
los hechos.
El secuestro emocional se produce cuando consideramos ese
insulto como un ataque a nuestro ego. Entonces la amígdala reacciona como si
estuviéramos en peligro y dejamos de comportarnos de manera racional. En
cambio, necesitamos ser conscientes de que la línea entre un insulto y una
crítica constructiva puede llegar a ser muy fina y subjetiva.
De hecho, Epícteto pensaba que lo insultante no es la
persona, sus actos o palabras, sino nuestro juicio sobre lo ocurrido. Es algo
difícil de digerir, pero para ser insultados, debemos permitir que ese insulto
cale en nosotros. Este filósofo añadió: “Nadie puede dañarte sin tu
consentimiento, serás lastimado en el preciso instante en que permites que te
dañen”.
Las 3 cribas de los estoicos para evaluar los insultos
Los estoicos sugerían que antes de responder a un insulto,
lo pasemos por estos tres tamices:
Veracidad. Si nos sentimos insultados, Séneca sugiere que
nos detengamos un momento a considerar si las palabras son verdaderas. Si
alguien se está refiriendo a una de nuestras características, por ejemplo, no
es un insulto, independientemente del tono utilizado, tan solo se trata de la
señalación de una obviedad. Si no queremos que vuelva a suceder, quizá
deberíamos hacer algo para cambiar esa característica, o simplemente aceptarla,
de manera que no se convierta en un punto sensible que nos haga saltar cada vez
que alguien lo toca.
Nivel de información. El siguiente paso que debemos dar
para responder a un insulto inteligentemente llega de la mano de Epícteto,
quien nos recomienda evaluar si nuestro interlocutor al menos está bien
informado. Si se trata de una persona informada, deberíamos valorar lo que está
diciendo, aunque en un primer momento nos provoque rechazo o no cace con
nuestra visión del mundo. Quizá lleve razón. Si no es una persona informada
sino que está hablando desde la ignorancia, simplemente no deberíamos tener en
cuenta su opinión ni enfadarnos por ello.
Autoridad. La última criba por la que debemos pasar un
“insulto” consiste en valorar su fuente. Si estamos aprendiendo a tocar piano y
el supuesto “insulto” proviene de nuestro maestro de piano, quizá se trata de
una crítica constructiva que deberíamos escuchar, en vez de enfadarnos.
Sé mejor que quien te insulta
Marco Aurelio, emperador romano y estoico prominente,
pensaba que no debemos conceder a quienes nos insultan la posibilidad de
manipular nuestras emociones. Escribió: “La mejor venganza es no ser como quien
te dañó”.
Séneca, por su parte, pensaba que la ira siempre dura más
que el dolor, por lo que no tiene sentido enfadarse por un insulto. No debemos
dejar que ese insulto arruine nuestro día ni darle más importancia de la que
merece.
Escribió: “Una gran mente desprecia los agravios que le
hacen; la mayor forma de desdeño es considerar que el adversario no es digno de
venganza. Al vengarse, muchos se toman demasiado en serio las pequeñas
humillaciones. Una persona grandiosa y noble es aquella que, como un gran
animal salvaje, escucha impasible las pequeñas maldiciones que le lanzan”.
Ignorar el insulto de alguien es la forma más potente de
contraatacar porque demuestra autocontrol y nos impide caer en su juego. La
clave consiste en tomarnos un momento antes de reaccionar. Respirar, pensar y
luego decidir qué hacer.
Cuando incrementamos el tiempo entre el estímulo/insulto y
nuestra reacción podemos dar una respuesta más reflexiva. Podemos recurrir a la
lógica e ir más allá de la emoción inicial. Los estoicos no tenían nada en
contra de las emociones, pero si se trata de una emoción no deseada que puede
causar daño, es mejor dejar que siga su curso y no aferrarnos a ella.
Epícteto compartía esta idea. Se preguntó: “¿Quién es
invencible? Aquel que no puede ser perturbado por nada más que su decisión
razonada”.
¿Significa esto que si nos atacan no debemos defendernos?
Por supuesto no. Pero si los estoicos tuvieran la oportunidad de elegir,
preferirían la paz a tener razón. Elevarte por encima de los insultos es una
postura más madura que te permitirá blindar tu paz interior. Después de todo,
no tiene mucho sentido discutir con un necio.
Buscando lo positivo en el insulto
Incluso podemos buscar lo positivo en los insultos. Podemos
dejar a un lado la rudeza y la mezquindad para buscar las pepitas de oro que
pueden estar escondidas en una crítica ácida. Podemos usar esos comentarios
para mejorar. De hecho, los estoicos solían ver el insulto de un amigo o mentor
de confianza como un favor personal, una oportunidad de superación que debe
recibirse con gratitud.
Cada vez que alguien nos insulta y logramos controlarnos,
es una victoria personal. Responder a un insulto con otro insulto, al
contrario, implica reproducir la cadena de la ira, la inmadurez o la estupidez
humana. Eso no cambiará las cosas. Si reaccionamos con calma e incluso
gratitud, tomaremos por sorpresa a la persona que nos ha insultado, de manera
que es más probable que reflexione sobre su comportamiento.
Para lograr controlarnos y que los insultos no hagan mella
en nosotros, debemos trabajar para disminuir la sensibilidad a nuestras propias
imperfecciones abrazando la idea de que tenemos fallas y debilidades y que a
veces las personas las señalarán. No somos perfectos y tenemos que asumirlo. Si
aprendemos a calmar el ego, los insultos pasarán de largo sin tocarnos. Sería
mucho peor vivir en una especie de mundo de ensueño donde todo el mundo finge
que no tenemos defectos, de manera que no tendríamos la posibilidad de cambiar
y crecer.